La ciencia económica, o la ciencia lúgubre como la apodó el historiador Thomas Carlyle en el siglo XIX, ha basado su desarrollo sobre el principio de la escasez de recursos. Una gran parte de la teoría económica moderna está basada en el axioma de la asignación eficiente de recursos y su implicación para el bienestar de una sociedad.
Desde este punto de vista, una de las frases favoritas de los economistas es que no hay “nada gratis” (free lunch): los recursos destinados a un uso tienen que ser sustraídos de otro. Dichos axiomas de la ciencia económica se extrapolaron en la década de 1950 a la teoría financiera gracias a la teoría de carteras de Harry Markowitz. En dicha teoría, el axioma de que no hay nada gratis se aplica al rendimiento de los activos financieros: dicho rendimiento es proporcional al nivel de riesgo asumido (medido por la volatilidad de los precios), con lo que si se quieren obtener retornos superiores en mercados eficientes hay que asumir mayores volatilidades.